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Arturo Espinosa – Dublín 13-14

"HAY MÁS FELICIDAD EN DAR QUE EN RECIBIR"

EL LLAMADO

Me cuesta trabajo empezar a describir lo que ha sido para mí, un año de colaborador, así que con el afán de facilitarme la narración, trataré de seguir el orden cronológico con la mayor fidelidad posible.

Quizá lo primero haya sido la ilusión y la inocencia que me llenaron cuando empecé a pensar en ser colaborador, algo que según lo que había visto desde afuera, una impresión que tenía de los colaboradores que conocía, sería un año para conocer el mundo, hacer amigos, pasear por todos lados y asistir a todos los eventos sociales y de apostolado existentes en el Regnum Christi.

Comencé los preparativos platicando con antiguos colaboradores, preguntando cómo se le hacía, platicando con el padre de mi sección y me enfrenté al primer obstáculo: demasiado Dios en esto. Me sentí ligeramente tentado a desistir cuando colaboradores y religiosos empezaban a hacer énfasis en la vida espiritual que esto requería. Además estaba en este momento por terminar preparatoria y estaba eligiendo mi carrera, la vida en la universidad me llamaba muchísimo la atención. Quizá en este momento lo único que quería era darme un break a las reglas de mi casa, poner mis propias reglas, salir de fiesta, en otras palabras, revelarme y vivir mi juventud como lo describían las películas y series de televisión. No estaba precisamente enfocado en una relación con Dios.

Uno de los eventos más importantes de mi vida me puso un alto, algo que nadie se esperaba sucedió en Diciembre del 2011 cuando Enrique llegó a la sala de urgencias del Tec100 en shock séptico. Nadie sabía qué pasaba y saliendo de la escuela, en cuanto pudimos, nos fuimos al hospital, llegamos posiblemente a media tarde y en cuanto llegamos, vi a mi madrina (mamá de Enrique), me abrazó y empezó a llorar. Yo sin saber exactamente qué pasaba simplemente me dejé abrazar hasta que me atreví a preguntar qué pasaba, la explicación que escuché en ese momento, fue exactamente la misma explicación que siguió durante los siguientes siete días: “Entró en shock séptico y ya lo lograron estabilizar, estamos esperando respuesta de los médicos”. Con esa explicación mantuvimos los ánimos hasta la noticia fatal. Me llamó mi padrino (el papá de Enrique) a platicar al estacionamiento para explicarme que Enrique estaba desahuciado y que le iban a realizar una cirugía, prácticamente sólo por no dejar de luchar, pero lo más probable era que su cuerpo no fuera lo suficientemente fuerte para despertar de la anestesia.

Todos rezamos nuestras mejores oraciones y nos encomendamos a quien pensábamos el santo más eficiente, yo pedía oraciones a mis amigos y al mismo tiempo me daba vueltas en la cabeza el año de colaborador, así que decidí ofrecerlo por Enrique. Recuerdo haber negociado con Dios al respecto, le prometí un año de colaborador y prometí vivir el año de la manera más obediente que pudiera con mis superiores, porque es algo que siempre me ha costado trabajo. Seguramente gracias a la suma de todas las oraciones y el esfuerzo de los médicos, Enrique salió adelante, algo que yo, como muchos, considero hasta la fecha un milagro.

Regresamos todos a nuestras vidas y en marzo del 2012 comencé mis trámites para la universidad, sabiendo que tenía una promesa pendiente, aunque por otro lado, nunca había puesto fecha así que podía ser terminando la carrera o cuando yo quisiera.

Entré a la universidad en agosto del mismo año y quedé impresionado de la diversidad de estilos de vida y posibilidades que existían para pasar el tiempo. Me agradaba todo y me llamaban la atención las cosas nuevas, aún cuando no fueran de acuerdo con los principios en los que me había formado, pronto me hice de muy buenos amigos en el salón de clases y me incorporé al equipo de rugby, al cual, por cierto, me inscribí por invitación de quien en muy poco tiempo se volvió mi mejor amigo de la universidad, Pablo. Comenzamos a entrenar y jugamos varios partidos, en realidad fueron pocos los partidos que perdimos, yo jugaba como corredor en el equipo. Pablo ya no podía jugar los partidos porque estaba luchando contra el cáncer y sus condiciones físicas no se lo permitían, pero siempre me decía que yo tenía que llenar ese hueco en el equipo. Sin duda, era una gran inspiración verlo tan optimista y con tan buen sentido del humor a pesar de su deterioro físico.

Pablo falleció el 2 de enero del 2013. Recuerdo con mucho cariño la noche de su velorio al ver a todo el equipo de rugby al rededor del féretro, me parecía tan irreal todo lo que estaba pasando que tuvieron que pasar varios días hasta que pude asimilar con serenidad lo que había sucedido: un chavo de mi edad, con los mismos gustos y pasatiempos que yo, acababa de morir sin ser responsable ni tener culpa alguna de su muerte. En ese momento, me vino a la mente aquella promesa que había hecho hacía un año. Sentí tan cercana la muerte, que por primera vez en la vida, contemplé la posibilidad de mi propia muerte, porque por alguna razón siempre me había considerado algo así como inmortal o inmune a ese tipo de eventos. Además de tener una especie de reencuentro con Dios porque sólo en Él encontraba sentido a todo esto, el mes siguiente inicié mi proceso de admisión al cursillo de colaboradores para el verano del 2013.

Por lo tanto, si Dios es amor y al mismo tiempo, Dios es el camino, la verdad y la vida, entonces en el cursillo no experimentamos otra forma de vida que aquella para la que fuimos creados, la vida en una comunidad centrada en la caridad y ¿qué puede ser más real que la caridad, si la caridad es Dios y Dios es la verdad?

EL CURSILLO

El cursillo fue sin duda el momento de mayor disfrute en todo mi año de colaborador. Hay quienes dicen que es una atmósfera falsa porque todo está diseñado para que lo vivas al máximo. Yo por el contrario, pienso que es el momento de tu año donde mejor experimentas la generosidad, amor al prójimo y del prójimo. Por lo tanto, si Dios es amor y al mismo tiempo, Dios es el camino, la verdad y la vida, entonces en el cursillo no experimentamos otra forma de vida que aquella para la que fuimos creados, la vida en una comunidad centrada en la caridad y ¿qué puede ser más real que la caridad, si la caridad es Dios y Dios es la verdad?

Hay muchos ejemplos de caridad pero uno de los que más me marcó fue el testimonio de mi compañero de cuarto, Bosco, quien es ahora un legionario en busca de su vocación. No quiero entrar en muchos detalles pero es sin duda una persona que piensa en todo mundo antes que pensar en sí mismo.

Cuando me dieron mi destino, estaba obviamente muy emocionado porque cualquiera de las academias era el destino más deseado por la mayoría de los colaboradores, pero había exámenes especiales y formas que yo no había llenado porque no conocía la academia. No sabía qué esperar y platicaba con los colaboradores ex-alumnos que se referían a su año en la academia como el mejor año de sus vidas.

SALON
ARTURO

DUBLIN OAK

Llegamos a Irlanda el mismo día casi todos los colaboradores, faltaban Dai, que llegó dos días después, y Shäfer que estaba en ejercicios espirituales. Empezamos a prepararnos tres semanas antes de que llegaran los niños, ahí aprendimos la teoría básica de lo que teníamos que hacer todos los días con los grupos y otros aspectos como vida de oración.

Quizá estas tres semanas, desde que llegamos a Irlanda hasta que llegaron los niños, fueron el periodo más difícil de todo mi año. Los demás colabs, hermanos y padres habían estado antes en la academia, entonces cada piedra, cada árbol, cada rincón les traía recuerdos de lo que describían como el mejor año de sus vidas. Yo sé que no lo hacían con mala intención pero el no poder ser partícipe de estas pláticas me hacía sentir aislado y solitario. No hay sentimiento más desesperante y deprimente que el de la soledad cuando se está rodeado de gente. Además, me perturbaba el pensamiento de que fuera a ser de esta manera por el resto del año y comencé a preguntarme: ¿qué hago aquí? ¿por qué yo? ¿qué tengo en común con estas personas?

Finalmente mi consuelo llegó junto con los niños y conocí el verdadero significado de la palabra servicio. En este momento de mi vida, aprendí a valorar todas las noches de desvelo de mis padres, vi con ojos de gratitud las correcciones de mis maestros en el pasado y sentí el cariño que se le puede llegar a tener a un desconocido cuando se está dispuesto a darlo todo por él.

Recuerdo la primera noche que pasaron los niños en la academia, todos, incluyéndome, teníamos la misma incógnita. Ninguno de nosotros tenía idea de lo que nos esperaba el resto del año.

Recuerdo que cuando vi al grupo completo en el comedor, los sentí desde ese momento mi misión a la cual estaba dispuesto y deseoso de entregarme. Desde ese preciso momento y hasta el día de hoy supe que estaba dispuesto a dar todo lo que fuera necesario por estos chavos, con tal de saber que serían en un futuro hombres de bien.

Más tarde todos estos sentimientos se pusieron a prueba, cuando comenzó a relajarse la disciplina de la primera semana donde todos son santos y tuvimos que empezar a pedir disciplina por nuestra cuenta. Entonces comenzaron también las advertencias y después de ellas las consecuen cias a las advertencias ignoradas. Fui con mi superior y director espiritual y le dije que me costaba muchísimo trabajo seguir las consecuencias de lo que les decía porque siempre me conmovían los chavos y al final acababa yo más triste que ellos por haberles corregido fuertemente. El padre, me miró y me dijo: “Espi, acuérdate que el que ama, corrige” y me explicó también que muchas veces, era preferible que se enojaran conmigo aunque fuera para siempre, a que en el futuro hicieran una estupidez y acabaran ya sea con sus vidas o con sus familias. Porque la mayor parte de estos jóvenes, el día de mañana, serán padres de familia, esposos, empresarios y sabe Dios cuántas cosas más y muchos de sus valores y convicciones los iban a reafirmar ahí, en la academia.

En otra ocasión cuando llegué a platicarle al padre que estaba muy triste porque había varios chavos enojados conmigo, me dijo: “tu me habías dicho que estabas dispuesto a sacrificarlo todo por estos chavos” e inmediatamente le confirmé que sí lo estaba y que sólo quería que estuvieran bien. Luego el padre me contestó, que entonces algunas veces tendría que sacrificar mi amistad con ellos y que muchas veces sería el costo por darles bases para la vida.

Así transcurrieron los meses en la academia, hice muy buena amistad con casi todos los chavos y en muchas ocasiones eso fue lo que me dio batería suficiente para terminar el año satisfactoriamente. Fue un año difícil, pero muy gratificante, la experiencia de servicio fue sin duda, de las cosas más hermosas no sólo de mi año, sino de mi vida.

La cercanía con los chavos llegó a tal grado que hasta la fecha platicamos prácticamente de cualquier problema sabiendo que sólo buscamos el bien del otro. Fue como si de pronto tuviera casi cien hermanos menores con los cuales platicar, jugar, reírse, desvelarse y sentirse en casa estando a miles de kilómetros de nuestras respectivos hogares. Podría decir sin temor a equivocarme, que pocas personas me conocen tan bien como ellos, porque vivimos juntos todo tipo de experiencias y de la misma manera, pocas personas conocen a estos chavos tanto como yo o algún otro colab. Además, como con cualquier hermano, también nos enojábamos pero siempre sabiendo que no importa lo peleados que estemos, ahí estamos el uno para el otro.

Quiero confesar que me ha costado trabajo adaptarme a mi vida silenciosa de regreso en mi casa, donde no hay gente gritando por todos lados o pidiendo que les ayude en algo. Que he extrañado a estos “changos” más de lo que yo mismo pensaba y que hasta el último día que estemos en este mundo, serán mi misión y estoy gustoso de cumplirla ayudándolos y aconsejándolos en lo que me sea posible, aunque ahora de una manera mucho más distinta, porque ya no tengo que ser una autoridad, sino sólo ese hermano mayor que, a veces, todos necesitamos. Que como el primer día, estoy dispuesto a sacrificarlo todo con tal de verlos como hombres de bien. Y que no podría estar más agradecido con Dios por la experiencia que me ha permitido vivir.